Hemos cambiado. La crisis. La globalidad. La tecnología. Los cambios permanentes. La batalla por la conquista del presente -que no futuro- entre generaciones. El nexo entre lo que existía y lo que llega, y cómo esto último modifica estructuras asumidas y asentadas. Realmente ya no somos los mismos que tradicionalmente hemos sido como consumidores. Y desde el lado de la publicidad a menudo se nos olvida nuestro otro rol en el mercado, creyendo que nuestras decisiones, por informadas, son más libres y alejadas de los conceptos que como publicitarios queremos introducir en la mentalidad del target de esas marcas con las que trabajamos. Nuestra otra piel, la de consumidores, nos dice otras cosas que aún no aplicamos bien.

Porque en esa piel descubrimos que ya no hablamos de ese emotivo anuncio de televisión nada más llegar al trabajo o al colegio a la mañana siguiente. Encontramos la sorpresa mediante otras vías, soportes, formas y creatividades, hastiados del abuso del medio masivo por excelencia y de sus compañeros tradicionales.

Ya no esperamos a encontrarnos con alguien para contarle el problema que hemos tenido con tal o cual empresa, ni mandamos tampoco una carta de agradecimiento a aquella otra que nos trató bien. Se lo decimos en las redes, o mejor aún, se lo decimos a otros en las redes.

Ya no queremos que las marcas nos atiborren de razones como siempre han hecho. Queremos que nos permitan sentirnos mejores ante los ojos de los demás, y eso es lo que les pedimos: argumentos que hablen de nosotros y no de ellas.

La publicidad en su sentido tradicional no ha muerto, pero está cambiando y aún debe hacerlo más. Porque el consumidor digital no es solo una generación mientras las demás siguen ancladas en las formas de actuar del pasado. El consumidor digital, el de ahora y del futuro, somos todos. Y hemos cambiado.

La publicidad hace un papel fundamental para comunicar lo que hay a disposición del consumidor, pero ahora nuestra voz vale más, y podemos hacerla oír más. Somos el canal más potente, quienes tenemos el dinero que las marcas ansían; mientras que antes, ellas tenían los productos que queríamos nosotros. Queremos cambiar las tornas.

A su lado, no enfrente

Lo que en realidad ha ocurrido es que ya no nos gustan las marcas que quieren vendernos. La tecnología como base, internet como medio y las plataformas 2.0 como canal, ha provocado en nosotros un cambio de posiciones, porque ahora por fin sabemos que quienes mandamos en el mercado somos nosotros, los que consumimos. Queremos marcas que trabajen por nosotros, que se acerquen a nosotros, que se comporten con nosotros de manera humana y cercana.

Nos gusta esta nueva posición y nos hacemos los remolones. Nos gusta que nos hagan la pelota. Nos gusta darle nuestro dinero a quien realmente creemos que lo merece, no a quien acude a nosotros por interés.

Detrás del comportamiento del consumidor, que los publicitarios también tenemos, debemos entender lo que nos pasa como consumidores. Nos hemos cansado de lo que nunca había cambiado, y ahora nos hemos subido al cambio para reclamar más cosas, y entre ellas una nueva relación con las marcas en la que nosotros mandamos. Una revolución que hemos hecho poco a poco, tanto que las marcas aún no se han dado cuenta. De momento somos consumidores silenciosos respecto a lo que queremos, prudentes en la forma de pedir a las marcas que cambien. Y esto, desde el punto de vista de las empresas, es toda una oportunidad, puesto que como consumidores recompensaremos a aquellas que lo entendieron desde el principio.

Queremos marcas que estén a nuestro lado. No que vengan a nuestro lado hasta que les demos nuestro dinero para entonces marcharse hasta la próxima.

Queremos marcas que entiendan qué nos pasa a nuestro lado. Marcas que se preocupen por la dirección de nuestros pasos, no por convertirse en un destino. Que nos ayuden a caminar, no que quieran que caminemos hasta ellas.

Sentirlas a nuestro lado, y no enfrente, es lo que queremos como consumidores. Y desde el otro lado, desde nuestra silla de publicitarios, tenemos que escuchar lo que respira nuestra otra piel.