Tuve la suerte de escuchar a Eduard Punset en el Congreso de la Felicidad de Coca-Cola en Madrid, hace ahora dos años, pronunciando esta resonante frase. Una frase que me acompaña desde entonces, pues creo que es una reflexión que, en tiempos de cambios, tiene aún una absoluta y trascendente vigencia en cualquier campo relacionado con la sociología.

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Todo cambia permanentemente a nuestro alrededor. Los refranes clásicos se ponen en entredicho al hilo de una revolución que saquea nuestra estabilidad. El concepto de familia y trabajo adquieren sentidos divergentes. Los medios evolucionan y se transforman, o desaparecen, o nacen. La crisis impacta directamente en nuestro día a día. La tecnología abre nuevas vías por explorar. El planeta acelera sus cambios. Somos más críticos, más negativos o más positivos; más conflictivos con la sensación de inmutabilidad, a la que por primera vez en nuestra historia individual ponemos en entredicho. Y en estos tiempos, donde si todo cambia es porque muy poco se queda detenido, en consecuencia nos enfrentamos a diario con la incertidumbre, con la inseguridad, con la sorpresa. Con la expectativa de arreglar y adecuar nuestras vidas a un ritmo nuevo, y observar en ellas su efecto desconocido.

Cómo juegan la razón y la emoción en estos contextos lo tenemos claro gracias a la neurociencia, y al neuromarketing en el estudio del consumidor. Y la intuición se inmiscuye entre ambas en nuestro proceso de decisión, por un lado, y de compra, por otro. En tiempos donde todo cambia, cada vez tenemos menos certidumbre -racional- en lo que está alrededor, que está en movimiento, y damos una confianza subconsciente -emocional- a nuestra intuición. El embargo que hace de nuestras emociones -que deciden por nosotros hasta en el 95% de nuestras decisiones- es una evidencia. Lo es porque este proceso de cambios no nos deja otra que el riesgo y rendirnos a la evidencia de que la inmutable y racional estabilidad ya no existe, porque ha dado paso a un emocional, apasionante e intuitivo mañana.

Como individuos-consumidores, cada vez más la intuición es un sentimiento que nos impulsa a la acción y que da dirección a nuestro dinero. Una emoción que ha de ser trabajada desde la planificación estratégica en el marketing, pues es un desencadenante que se halla con fuerza en el subconsciente de nuestro público objetivo. Un consumidor cansado de pensar ante la inseguridad de un mundo que cambia, y que empieza a aferrarse con fuerza ahora a su intuición como guía en un camino hacia lo desconocido. Dice Punset que «el instinto, según la neurociencia, nos muestra lo que debemos hacer mucho antes de que nuestra mente consciente reaccione. La intuición es un tipo de conocimiento que se basa en la capacidad para percibir pistas, señales y patrones asociados con experiencias previas, y dista mucho de ser, como se había creído hasta ahora, un poder místico. La intuición nos sirve para tomar mejores decisiones que la razón» (fuente: elconfidencial.com).

Así que parte del camino como marca puede que se halle en encontrar un buen hueco en el subconsciente de nuestro consumidor cambiante, que le despierte en el futuro instintos intuitivos para seguir nuestros pasos; o en encontrar qué se halla en esos impulsos que no es capaz de desvelarnos, y que son los que le marcan la ruta a seguir sin tener causa ni razón. El gran reto en el planning actual se halla en entender cómo los cambios tecnológicos modifican el patrón de conducta de nuestro consumidor; y cómo por ellos, precisamente, la razón se ha visto mermada en sus mecanismos de decisión de compra, dando paso a una era en la que la intuición toma el mando de las emociones. Esas que dan vida a lo que consume, aunque sea sin saber muy bien por qué.