Es curioso observar cómo en apenas unos años la realidad se ha transformado adquiriendo un sentido íntimamente ligado a la tecnología. Nuestras relaciones sociales, nuestros comportamientos, costumbres, el día a día. Todo se halla bajo el paraguas de la conectividad, de lo que internet provoca y posibilita.

La tecnología es la causante de las ‘nuevas’ tecnologías, las que instauran formas de comunicación en la Red para cambiar el sentido de las relaciones. Está presente en la medicina, en la investigación, en la ciencia. Se aplica a las cosas que tenemos a nuestro alcance cotidiano, ampliándoles su significado y convirtiéndolos en objetos más vivos e inteligentes. Y, al modificar nuestro día a día, acaban por transformar la forma en la que vivimos. Y al hacerlo, modifican nuestra conducta. Y con ella se va detrás nuestros pensamientos, y nuestros deseos, y nuestros impulsos. Conocer qué es lo que la tecnología ha hecho con nosotros es la que marca la clave de aquellos que nos dedicamos a estudiar el comportamiento del consumidor desde el lado del marketing.

Pero, ¿y si Internet desapareciera ahora?

Hacer un ejercicio de ciencia ficción nos abre los ojos de la profundidad de los cambios recientes que hemos vivido, y nos da claves de cómo abordar esta situación desde el marketing. ¿Y si los sistemas, mecanismos, procedimientos y objetos que viven gracias a esta Red dejaran de tener sentido hoy al desaparecer Internet de repente? ¿Y si en un instante volviéramos al punto de conectividad de hace diez años pero con la vida de ahora? Algo que suena tan inconcebible no lo es tanto si atendemos a fenómenos como el spectrum crunch, un fenómeno no demasiado conocido pero con base científica y realidad económica. Y es que los datos viajan por el aire, que también es limitado; y con ello se compra y vende participación en ese contexto. Lo sentimos en aglomeraciones, cuando nuestro smartphone deja de recibir señal; o en fechas o momentos determinados, donde tenemos que esperar para poder hablar con normalidad. Pero no es un efecto puntual, sino la muestra de un cambio de era que no encuentra la preparación adecuada en el soporte tecnológico. Y esa posibilidad, a medida que aumenta la velocidad de conexión, la gente y objetos que se conectan, y la costumbre adquirida de vivir conectado permanentemente, encuentra su paradigma de convertirse en una realidad que, aunque en cierto modo marciana, no deja de ser viable ante las limitaciones de este espacio que no vemos pero que sí existe.

Si Internet desapareciera hoy, se iría con ella gran parte del sentido de la vida actual. La posibilidad de informarse en directo, de relacionarse sin distancias, de adquirir conocimientos. De situaciones que tenemos tan reciente y profundamente instauradas. Se cerrarían las puertas que ha abierto a diferentes generaciones, que han nacido, crecido o vivido desde una posición enfrentada la realidad de la imposición creciente de la tecnología. Cuesta pensar, después de este ejercicio, cómo desde la empresa muchas veces cerramos la posibilidad al cambio para así encontrar formas de encuentro con nuestro target que tengan su esencia en esa realidad digital -más allá de la Internet pura- que viven. 

Las diferentes concepciones de la ‘desconexión’

Uno de los factores más llamativos de esta hiperconectividad es la generación de diferentes escalones de aceptación para determinados conceptos. Uno de ellos es la ‘desconexión’, aquel sentimiento al que coloquialmente nos referimos cuando experimentamos -o queremos hacerlo- esa falta de conectividad a Internet. Muchos buscan momentos de desconexión, agotados por el tráfico de información y velocidad de las relaciones y ritmos vitales que genera esta permanente conexión a la red. Y otros, en el extremo opuesto, los nativos digitales, no son capaces de entender su vida lejos de lo que la tecnología les posibilita.

Los primeros, los maduros analógicos, asumieron la tecnología como una modificación de sus patrones de vida, y son capaces de comparar el antes y el ahora respecto a la existencia de la tecnología; los segundos, no conocen otra realidad, y por tanto para ellos resulta inconcebible el deseo o realidad de vivir sin tecnología. Comprender esta dualidad, y los márgenes interiores de estos extremos, es vital desde las marcas que se dirigen a generaciones de patrones de conducta radicalmente diferentes, con la tecnología como elemento motivador de cambios.  

Conectados

Lo cierto es que no tiene pinta de que la tecnología vaya a llegar a un punto final, ni que nos quedemos limitados por los topes del espacio digital, ni que de la noche a la mañana desaparezca Internet de nuestras vidas. Pero mirar atrás, no demasiado, a aquellos tiempos en los que vivíamos sin nada relacionado con la gran Red, nos puede hacer conscientes del cambio que hemos experimentado, nosotros, y de lo diferentes que ya somos. Y nos puede ayudar a comprender generaciones, miradas, comportamientos y, por qué no, a repensar nuestra propia forma de entender las relaciones desde las marcas hacia un consumidor plena y rápidamente cambiante. Si no cambiamos con él, cada vez nos desconectemos más de su realidad, y con ella se irá nuestra viabilidad como negocio.